domingo, 20 de abril de 2014

El 83

 El ‘83

Desde el ’83 yo siempre quise ser presidente. El día 10 de diciembre fue una fiesta: todos estaban felices y todos salían al patio a mirar el cielo y nos mareábamos cantando “¡Al-fon-sin!, ¡Al-fon-sin!”. Lo milagroso, para mis seis años de edad, era la lluvia de papelitos con la cara de Alfonsín tirados desde un helicóptero bueno, no de los que hacían vuelos macabros.
Adentro de cada casa, una cocina, y en esa cocina una radio o una tele nos mostraba a un simpático viejo bigotudo que saludaba agarrándose las manos hacia un costado. Mi mama estaba contenta y ese día accedió a cocinar las papas fritas por siempre vedadas.
-Ma, ¿Por qué somos pobres?- le pregunté.
Yo me acuerdo del día ese que estábamos esperando para entrar al médico. Mi mama tejía (es decir, esperaba) y vino un señor, “un milico”, como supe después, y le dijo “no teja”. Mi mama no dijo nada pero luego e la calle hablo sola. Dijo: -pendejo e mierda, muerto de hambre. Venía tan enojada que no me atreví a preguntarle por qué no lo puteo al hombre, por que no se puede tejer. Pero intuía que era porque éramos pobres porque cada vez que algo “no se podía” era por esa razón. No sé qué vericuetos o andurriales habrá recorrido esta idea en mi cabeza pero cuando llegamos a casa y a mi mama se le había ido un poco el enojo le pegunte: -¿Ma, cuánto vale una limusina? Se rieron tanto que mi interrogante pasó a formar parte del repertorio anecdótico familiar.
-Tu mama a gatas sabe lo que vale la chiquizuela- dijo mi viejo.
Ahora, con Alfonsín, mi mamá podía tejer en la espera del consultorio del doctor y hablar con otras mujeres. Y ella me parecía la más inteligente. Se hablaba mucho del Plan Austral y mi mama lo defendía y lo criticaba a Alfonsín. Por ahí decía “Yo no sé lo que quieren inventar” o si no “Bue, por lo menos este se da cuenta de que estamos en culo del mundo”. (Y “Austral” significo para mi, desde entonces, remoto, ignoto). “La plata no tiene que cambiar de nombre sino de bolsillo”. Pero lo quería, y para mí eso era suficiente, el presidente Alfonsín era bueno, mi mamá lo quería y se le notaba que era bueno cuando hablaba.

Hubo un programa de televisión que se miraba en todas las casas. Era la trasmisión del juicio a la Junta Militar. A mi mama le daba bronca que mostraran el juicio por la tele: “Por que gastan guita y tiempo en ese teatro y no los fusilan en un paredón como hicieron ellos” o “Esta trasmisión es para que los giles crean que hacen justicia aplastando el culo delante del televisor”. Y lo que más bronca me daba era cuando decía ¿”Vos te creés que éstos van a ir presos”? pero no se perdía detalle del juicio. A mí me daba bronca porque no entendía la ambigüedad de su amor. Yo había decidido quererlo a Alfonsín y necesitaba que él fuera bueno para poder quererlo sin obstáculos, incondicionalmente, como se ama de niño.

Mi mama decía que trasladar la capital a Viedma era una idea “progresista” y agregaba “¿Vos te crees que lo van a dejar?” Porque Alfonsín, el bueno, tenía sus antagonistas. Cuando Alfonsín no podía hacer algo era por culpa de sus grandes, invisibles, inasibles enemigos: los Grandes Capitales. (A ese antihéroe abstracto culpable de tantos males yo me lo imaginaba como “el monstruo grande que pisa fuerte” de la canción).

Y nunca deje de quererlo. Cuando pasábamos por la humillación de ir a buscar la caja P.A.N. mi mama nunca le echaba la culpa a Alfonsín. Decía que mi viejo era un vago, que no tenía iniciativa para nada. A lo sumo la oía decir que el problema de Alfonsín era que era muy blando con los Grandes Capitales.
Poco a poco la gente lo dejo de querer al presidente y ya no causaba tanta gracia cuando me preguntaban que quería ser y yo decía “presidente como Alfonsín”.

Un día, en un micro escolar que nos llevaba a la colonia de vacaciones en las piletas de Ezeiza, los pibes empezaron a cantar “Perón, Perón, que grande sos, mi general cuanto vales”. Yo me junte con unas amigas para hacerle la contra a los varones y les enseñe a cantar “La J.R. nació en los barrios con Irigoyen y con Alem, la J.P. en Campo de Mayo y de la mano de un coronel”. Pero la celadora del micro me reto y dijo que yo estaba yendo a la colonia gracias a Perón. Ese día cuando el micro nos dejo en el lugar de siempre, supe que aquello era una Unidad Básica y que todos eran peronistas.

Con la vertiginosa inflación se hacía cada día mas difícil decir sin temor a insultos “Soy Radical, quiero ser presidente”. Pero la culpa de todo para mí siempre fue de los Grandes Capitales y me daba bronca que creyeran que Alfonsín era un ladrón.
Cuando termine 7º grado yo quería ser maestra pero el único Normal Nacional que había en la zona quedaba muy lejos y como era mucha la demanda se tomaba examen solo a aquellos alumnos que vivieran dentro de un radio cercano al establecimiento. En definitiva, mi humilde deseo de ser maestra, (primer escalón en mi camino a la Presidencia de la Nación) se tornaba lejano, inalcanzable. Pero Alfonsín dijo que la educación tenía que ser igualadora social por excelencia e instituyó un sistema de sorteos.
Y la suerte quiso que en el Normal Nacional Rosario Vera Peñaloza yo empezara a comprender por que éramos pobres.
Nunca falto la profesora mal nacida que se quejaba del “rejunte” sin darse cuente de que en ese rejunte estaba yo, chica pobre, futura Presidenta de la Nación.
Ese mismo año la situación se había hecho insostenible, la crisis estallo, Alfonsín se fue de la Casa Rosada en medio de los insultos e injurias de aquellos que lo habían seguido en las horas de gloria. Yo tenía trece años en el ’89 y en mi primer rateada del colegio me fui a un Comité Radical. Me atendió un viejito solitario que al principio no me entendió bien pero cuando le dije que quería que me llenaran una ficha de afiliación se rió de buena gana y me dijo: -“¿Y a quien salió radicheta mi’ja?”. Pero no esperó respuesta y comenzó a narrar vida y obra de Leandro Alem. Que iba a saber yo los sinsabores y las desilusiones que vendrían luego. Cuando comprendí lo lejos que estaba, no solo de la Presidencia de la Nación, sino de la presidencia de lo que fuera.
 El viejo del comité volvió con el mate preparado y repitió su pregunta: -“¿Y a quién salió radicheta mi´ja?”
-Desde el `83 yo siempre quise ser presidente…empecé a contestarle.