domingo, 9 de marzo de 2014

Mamá Miraglio: Especial cumple de Pablito.

Mamá Miraglio: Especial cumple de PABLITO.
No hay relación entre el acto sexual y la procreación de un hijo. Es infinitamente desproporcionada la simpleza del coito y la complejidad del mecanismo que la naturaleza activa, que finalmente produce un ser vivo, un mamiferito de la especie humana hermoso como son los hombres y mujeres que ven la luz.
Me encuentro repentinamente atada a un amor loco, más aun que el que sentí de adolescente. Un amor desopilante al que a veces le llaman instinto, me hace perder por completo la repulsión que sentía por los pañales y los biberones. Un amor extraño que me hace comprender todo lo que parecía insondable, la vida, la muerte, las estrellas, la alegría por la caca.
Siempre escribí una cosa como poesía y me parecía aberrante: que los sentimientos se alojaran en el corazón, que el alma fuera una creación sobrevalorada de la cultura judeocristiana, que se malgastara tinta en notas estúpidas sobre puericultura, paternidad y “El ser mujer”. Sin embargo aquí me tienen, cantando mi versión de Kising a full de George Michael.
Cultura escritutaria.
Cómo no recodar los textos de Walter Ong sobre la historia  de la escritura y la recepción de la cultura escritutaria por parte de las culturas ágrafas ahora que Pablito me muestra otro recorrido posible para la adquisición de la escritura como tecnología.
Recuerdo que una de las etapas  de la apropiación de la escritura en nuestra infancia era el juego de tomar un lápiz y “hacer como si” escribiéramos  “rápido”, es decir, a la velocidad de una persona que ya maneja la motricidad necesaria para usar el código verbal escrito. Pablito hace lo mismo pero con el teclado, primero le pegaba a las teclas con toda la mano, pero ahora pulsa tecla por tecla con los deditos y lo más cómico es que “habla” mientras escribe usando largas olofrases con el tono un poco exagerado con que los grandes leemos “había una vez”. Y es que, como reza la frase atribuida a Einstein que se ha puesto de moda en las redes sociales, una vez que la inteligencia se expande ya no puede volver a su estado anterior. Porque es privativo del humano la presencia de un sistema de ayuda a la adquisición del lenguaje que cuando se estimula es irreversible, prevalece la necesidad del individuo de integrarse como sujeto de la cultura mediante el sistema de representación de las cosas.
En relación al lenguaje como sistema de representaciones, ya viene Lacan a explicarnos dicho mecanismo en toda su complejidad, pero mi idea es ver cómo funciona la escritura en tanto tecnología, ahora que el soporte ha cambiado radicalmente del lápiz al teclado.
He observado que niños muy pequeños manejan instintivamente, casi, el cursor y el teclado, Pablito no es la excepción, pero así como yo me resistía a abandonar la cultura manuscrita al tiempo que me alfabetizaba lentamente en el uso de la PC, el bebé pulsa con el índice las letras de los libros como hace con las teclas de la computadora. Aunque tiene un añito, sabe que algo del orden de lo alfabético está presente en ambos soportes: el teclado y las páginas de un libro.
Pero la adquisición de dicho saber recorre el camino inverso al de mi generación, pues cuando nosotros aprendimos a escribir no había nada que se interpusiera entre la escritura y el pensamiento, no sentíamos como una dificultad escribir mediante lápiz y papel. La escritura digitalizada, nos cayó como una ortopedia. Y el mismo Ong muestra ejemplos de cómo en la antigüedad el mismísimo Sócrates se resistía al uso de la tecnología escritutaria  alegando que atentaba contra la memoria y la imaginación del mismo modo en que nuestros padres renegaron de la tv y nosotros de la escritura informatizada. Cada vez que una madre me comenta que le restringió el uso de la PC a su hijo en señal de castigo, recuerdo la vieja anécdota de mi mamá a quien castigaban obligándola a cerrar el libro, apagar la luz y dormirse de una vez.
No estoy haciendo una defensa a raja tabla del uso de los más recientes chiches de la tecnología y la ingeniería en comunicaciones, los cuales vienen a cumplir un rol muy complejo en la sociedad posindustrial, simplemente  pienso que el matete de lo que llamamos informática debe ser desenmarañado:
Esclarecer las diferencias entre usuario y productor de los sistemas de tecnología en comunicación, dado que la alfabetización escolar, en ese sentido, solo asume la posición de formadores de usuarios, consumidores, en tanto que los productores, es decir, la elite que conoce el mecanismo detrás de la pantallita de colores, permanece en un raro estado dual de ocultamiento y exposición. Así como del hueso se deduce el dinosaurio, de la existencia de estas tecnologías se deriva que han de existir grandes centros de estudios y de capitalización del saber capaces de producir un sistema binario, el soporte digital, la puesta en funcionamiento de satélites orbitantes.
Como ya lo hizo notar el recientemente fallecido escritor de ciencia ficción, Bradbury, en el cuento “El cohete”, la posibilidad de viajar a la luna existe, pero no los pobres quienes siguen soñando con viajar algún día, viviendo entre la chatarra de los cohetes, es decir, la tecnología a secas permite los viajes, pero la sociedad sigue sin resolver el problema de la equidad en la repartija de capitales económicos y culturales. Como ya habrán podido suponer, lo lamentable es que el acceso al conocimiento que permite la producción de tales maravillas, nos es cuidadosamente vedado por los grandes centros del saber relegándonos al papel de usuarios.
Bueno, pienso entre mi, pero si bien el gran productor de lápices, el señor Faber Castel, se hizo rico, digamos que tampoco se le atribuye la construcción de un imperio. La escritura como tecnología del manuscrito aun otorgaba cierta libertad, y muy relativa a los efectos del complejo fenómeno de la comunicación masiva, por cierto, porque exigía determinado estilo y formatos propios. Gracias a ello existe la evolución de la lengua, el devenir del público lector y los cambios en los modos de interpretar “lo manuscrito”. La escritura en su versión digitalizada, en cambio, trae consigo la teoría aplicada de lo que Batín llamó géneros discursivos y la utiliza para aplicar los formatos a sus sistemas de manera tal que el usuario es suavemente atado y sujetado a determinados modos de escribir. Esto lo pone bien claro, por ejemplo la novela Guan chu fak: una conversación de “chat” vulgar y “mal hablada” se cuela en la vida de su hermana de mayor alcurnia, la novela, símbolo máximo del intento moderno de dominar  el mundo. Hasta aquí, uno de los tantos ejemplos de apropiación de la escritura como tecnología.














lunes, 3 de marzo de 2014

El arreglo.

    Todas las luces de la casa estaban encendidas como cuando ocurre algo fuera de lo común. El service se instaló con su caja de herramientas en la mesa del comedor, sus movimientos parecían en cámara lenta. Por fin trajeron la tele, El Padre la manipulaba con la delicadeza con que tomaba en brazos algún niño enfermo. Era la hora de salir al patio pero ninguno quería perderse las operaciones del señor  de la tele y aunque Doña Rosita los espantaba con un repasador, como a moscas, todos encontraban un sitio en torno a la mesa. Es difícil suponer que aquel hombre, el service, advirtiese que nunca antes ni nunca después de aquel día su rostro habría sido estudiado con tanto detalle como en ese momento en que veintipico de miradas se posaban en su cara, en sus gestos, en la mas mínima alteración del ritmo respiratorio. Uno de los chicos por primera vez estaba advirtiendo que la gente grande tiene pelos en la nariz. Otro calculaba, in mente, la edad del hombre y le pareció viejísimo. La cara del hombre acompañaba bastante bien el mágico oficio que profesaba, porque era roja, rosa, con cejas y bigote blanco, parecía abuelo del Albino, pero un súper abuelo, porque el Albino era bien chiquito y apocado.  Por la nariz encarnada y las manos temblorosas, El Padre pensó: alcohólico. Pero lo pensó sin prejuicios, como quien descubre si alguien es legalmente casado o soltero por el anillo. Doña Rosita también sacaba conclusiones mientras se paseaba con el plumero justo por ahí, aunque en la cocina estaban meta charla.
El service quitó, con gran esfuerzo contenido, los tornillos del aparato y gracias a un movimiento seco y preciso, quedaron al descubierto los misterios jamás indagados detrás de la maternal pantalla. Al tubo algunos lo conocían ya de vista, pero algunos lo conocían por nombre nomás y otros ni eso. El Zarpa hizo un gesto señalando al Albino por el parecido obvio, pero nadie le prestó atención, primero porque de tan evidente el chiste no causaba gracia, y segundo porque, en todo caso, ya habría tiempo de sobra luego, para  joder a sus anchas. Algo es cierto, sin embargo, y es que rápido y  efímero como un rayo pasó por la mente de Doña Rosita que ése tranquilamente podía ser El padre o el abuelo del pobre Albinito. Un chicle pegado al piso la llevó por otros pensamientos. El padre estaba  perdiendo autoridad, ese chicle era la prueba irrefutable.
De dónde venía y hacia dónde iba el sistema de ideas según el cual ellos eran una familia en cuyo seno se alimentaba la bondad y sobre todo la castidad, ella no tenía ni idea. Le causaba muy poca gracia consagrar su vida a esta familia que la ataba como propia pero era del aire, del gobierno, o peor aún, del estado. En los años mozos de su vida, había fantaseado tanto con tener algo con El Padre, que rechazó a las apuradas a un candidato cierto, albañil y buen mozo. Jamás hubiera sospechado, ni entonces ni nunca, que el Padre pertenecía a otra clase social de cierta insignificante alcurnia de literatos sin dinero pero lejana, es cierto, al charco al costado del cual se crió la tal Doña Rosita, niña moza en sus años juveniles, actual mujerona espectral, que parecía enferma por lo delgada y amarilla, pero estaba más sana y fuerte que un roble. Acostumbrado y sin fatiga sojuzgado por los refinados perfumes de su madre, al halo de misterio de las noches  de pelea literaria con bebidas nada austeras  y hasta con hierbas, con la idea de estar cambiando algo del mundo mediante tales acciones, para El Padre, Doña Rosita nunca había pasado de ser lo que era, una celadora , un ordenanza, como la cocinera, que  en la casa de la madre del Padre también había mujeres de servicio y no admitió nunca el olor de los vapores culinarios fuera del plato.
Indiscreta, causa de la vergüenza ajena del Padre, la señora Directora preguntó  al hombre de la tele si gustaba quedarse a comer, lo cual rompió el hechizo por completo. Cualquier actividad cotidiana y normal, parecía superflua  justo ahora. Comer, bañarse, hasta ir al baño incluso, era una locura. Juancho pensó algo que jamás se le hubiera ocurrido antes: si los grandes no pueden mirar tele, ¿para qué viven? El hombre había hecho el primer milagro y fue que ningún hocico se movió de allí, rumbo a la cocina, el olor a verduras cocidas y fritanga no les llegó al estómago. La cocinera comprendió todo en un  solo pensamiento y alzó los hombros. Doña Rosita pensó que el service les pareció un mago, por falta de diversiones regulares. La directora también lo pensó pero su deber era la educación,  no el esparcimiento. Ni en pesadillas hubiera admitido semejante infancia para sus propios hijos, pero el tamaño de la infamia era tan grande que  parecía invisible, como disuelta en la atmósfera.
Lo mejor estaba por comenzar: cuando sonó la campana y todos se trasladaron al comedor iluminado con la luz lechosa de los paneles transparentes. El día era tormentoso, por cierto. El hombre de la tele tenía un abrigo negro de grueso paño, gorro y una llamativa bufanda roja. Tenía el pelo bastante largo y  alborotado, realmente contrastaba con la figurilla oscura del Padre. La señorita Directora, El Padre y Doña Rosita, hicieron el honor de sentar al  hombre a su lado. Estaban todos tomando la sopa sobre el gran mantel a cuadros verdes, en silencio y ya se sentía el olor a estofado, el plato principal, cuando ocurrió algo de lo más inesperado y fue que el hombre largó una carcajada de Papá Noel y dijo que no tenía una idea muy alegre de lo que  era un orfanato, pero, este hogar… ¡Faltan las antorchas de fuego y los encapuchados, che! 
El Padre se rió condescendiente pero sin ganas, Doña Rosita se rió porque el Padre se rió, pero la Directora lo fulminó con la mirada, o intentó hacerlo, porque el hombre de la tele era inmune a las caras significativas.
 Le hicieron preguntas sobre el pronóstico de la tele averiada, el hombre aprovechó el turno de ejercer su cuota de poder y dijo “según”. Ni el más avivado de los chicos estaba en condiciones de saber lo incierto, lo evasivo de la respuesta “según”. Pero no la cuestionaban porque era lo que les respondían los grandes la mayor parte del tiempo. Antes de terminar el almuerzo, el hombre descubrió, paseando la mirada por las paredes, que había una guitarra y unas panderetas. Pero la guitarra tenía solo tres cuerdas así que el service se conformó con las panderetas y, mientras las mucamas y La Rosita  levantaban la mesa, ocurrió un prodigio: con las panderetas el service  cantó canciones viejas y nuevas, todas divertidas:” Los chicos que comen moco son pocos, son pocos.” Cantó paso doble, “Porqué no te casas niño dicen por los callejones. Yo estoy compuesto y sin novia, porque tengo mis razones” y Cantó cantos de esclavos: “Pan alivio pan alivio, hambre, hambre.” “Quiero me casar, ya no sé con quién-cásate con el carpintero que ése a ti sí te convén-y ese carpintero a mí no me cumven, carpintero corta madera puede cortarme a mí también”. Los chiquitos hacían palmas y los pibes usaban la mesa de tambor.  Todas las canciones eran divertidas y el service tenía un vozarrón de trueno.
La directora dio orden de retirarnos al patio para que el hombre pudiera trabajar tranquilo, pero lentamente, se fueron acercando uno a uno otra vez a la mesa del comedor. Mientras el service examinaba la tele, los chicos veían que hacía gestos de disgusto y hasta se escuchó ¡Qué lo parió, che!”, momento en que El Padre nos obligó a salir y cerró la mampara  que comunica el comedor con el patio. Dos de los más grandes, el Coco y Pablito, se subieron al entrepiso y escuchaban apenas lo que hablaban, el hombre permanecía tranquilo, pero hacía que no con la cabeza y se escuchaba que decía que era hora de pensar en una tele nueva  porque ésta ya no tenía repuestos y no valía la pena arreglarla. El padre se ofendió por el comentario porque la tele la donó  justamente él, cuando la cambió por una mejor, por supuesto, y lo obligó a armar de nuevo la vieja tele, única evasión de los muchachines.

A pesar del certificado de defunción, el service estaba de buen humor y se reía a carcajadas de sus propios chistes. El Padre y La Rosita estaban con cara de preocupados.
Esa noche, El Padre se quedó despierto hasta la madrugada buscando teles usadas en Mercado Libre. Había buenas oportunidades, pero como estaban las cosas, había que pensar en algún recorte- las venas, porque ya no se podía recortar más nada-, había que pensar en algún aporte extra, para colmo la madre hubiera donado cualquier libro o enciclopedia, pero estaba totalmente en contra de la tele por  buenas razones pero que solo tenían sentido en otro mundo, no en éste, donde vivían los chicos del  pequeño hogar La Sagrada Familia, resabio de épocas mejores de la parroquia de la pequeña ciudad. Dios proveerá, pensó La Rosita y se durmió.
En el cuarto de los chicos, por el contrario, reinaba la agitación y se tejían miles de conjeturas: si es el tubo, sonamos, porque no tiene arreglo. En una de esas, la directora consigue alguna tele donada…para colmo mañana daban el último capítulo de Los simuladores. Los más chiquitos estaban tristes o con ganas de llorar pero no por la tele en sí, por cosas que ni ellos sabían, como  un miedo a pasar frío o hambre. Los   grandes, Pablito, El Zapa, Coco y el Albino, ya no miraban tanto la tele últimamente, pero era asunto de ellos al fin y  al cabo, en esa familia con subsidio del estado. Cuando los más chicos se fueron durmiendo, hablaron de plata: había como para una tele robada. Del barrio, se entiende. Coco tenía un hermano mayor que salió de ahí y que lo visitaba en fechas más o menos regulares, era cuestión de darle la plata y en una semana ya se podía tener tele nueva. Se fumaron un porro y se fueron a dormir.
Por supuesto, como presagio, esa noche todos tuvieron sueños muy intensos: el Albino soñó que al hermano del Coco lo metían preso de nuevo por culpa de la tele, hasta soñó que le rogaba al Coco, no, mejor dejá, por favor…
Pero aun así el problema de los más chicos no estaba resuelto: el último capítulo de Los simuladores era mañana.
El pequeño hogar La Sagrada Familia era el anexo de la parroquia de Los Pinos, un barrio del conurbano con calles de tierra y potreritos en las esquinas pero muy, muy poblado, como todo lugar al borde de las ciudades, así que sería erróneo imaginarse los Pinos como lo que realmente era, un sitio atrasado con pelotas de abrojo corriendo por las calles. Esa sería una buena metáfora de lo que era a nivel sociocultural, pero la verdad es que los jóvenes, adeptos al bullicio, no podían estar más a gusto ahí: había bailes, bares, conventillos con patios también pobladísimos y casas de tres pisos. En casi todas las esquinas, los hijos mayores de las familias hacinadas en cuartuchos, buscaban el aire de la tarde y la cerveza lo único que, mezclado con pastillas, podía suavizar la fealdad de las calles embarradas y llenas de basura.
Los mayores del hogar hacían sus  escapadas, pero más que nada para ver chicas: aun las más bonitas se prestaban al diálogo piadoso con los huerfanitos: eso decía el Albino, que era el más feo, casi un monstruo a esa edad en que hasta la más linda jovencita se siente fea.
A pesar de que los celulares estaban prohibidos, se aceptaba que los grandes tuvieran el suyo, en esa época era posible inventarse una vida en la web y todos estaban registrados en sitios de internet, redes sociales, salas de chat y todo lo que puede distraer hoy a un chico de doce. Gracias al Google, muchos habían viajado bastante y no perdían tanto tiempo en pornografía como se cree, aunque estaba todo a un clic. Tener un perfil era distinto porque permitía, mediante unas sencillas operaciones de recorte, montar una realidad un poco mejor que la realidad a secas, sin retoques. A ninguno se le hubiera ocurrido decir en su información personal que era huérfano, o lo que es peor, separado de sus padres por orden de un juez. Además, todos mentían con la edad, aunque en las fotos se hiciera evidente que ninguno pasaba de los dieciocho. EL zapa ya había tenido un encuentro a ciegas con una chica que conoció en el chat, aunque algo siniestro habrá ocurrido porque mucho no quiso contar siendo que a él le encantan los detalles
Otra cosa que puede parecer rara es que muchos se habían leído ya la humilde biblioteca de la parroquia: se sabía quién era Neruda, Poe y Márquez. Antes de la internet, chiquitos ellos, hicieron la travesura de leer un libro que olvidarían casi hasta la vejez “El diablo en el cuerpo” que evidentemente eligieron por el prometedor título aunque de erótico, al final, mucho no tenía. Habían leído a Stevenson, London, Verne y las novelas clásicas del siglo diecinueve, porque los domingos con lluvia, también había lluvia en los canales de la tele y era mejor apartarse a la cucheta con un libro y una galleta. Lo de fumarse el último y echarse a mirar la lluvia, era un suicidio del que se volvía con  lectura y  televisión.


Al día siguiente, bien temprano, como todos los días, el Padre ofició la misa con las puertas abiertas a la comunidad. La tal comunidad era un grupo de viejas locas toca santos que compite entre ellas a ver quién es más constante y obsecuente con el Padre, quien por otra parte las detesta y las soporta por las magras donaciones que las viejas esposas de pequeños y medianos cargadores aportan para afinar el piano, pintar las fachadas, comprar flores, y demás detalles que hacían al sostén de la parroquia como entidad. En cuanto a su función de hogar…bueno, había toda una teoría sociológica al respecto detrás del mate cosido propio del lugar.
Después del oficio pasamos al comedor a desayunar y en eso se oyen fuertes palmadas: era el señor de la tele, se supo de inmediato por la bufanda roja que se traslucía por la mampara que separa al comedor de la entrada. Pero no fueron tan cordiales como el día anterior y lo atendieron a las apuradas allí mismo, como a propósito, como quitándoles a los audaces el deseo de decirle al hombre de la tele que por favor haga algo. Algo como qué, esa era la pregunta. Los grandes lo pensaron, acortar trámites y pedirle al hombre que les venda una tele usada, por ejemplo.
Al parecer, el hombre se había olvidado algo y ese algo quizás fuera un paraguas porque allí mismo lo despacharon al jovial service. Pero no pasó ni un minuto de que el hombre quedara para siempre flotando en el aire, cuando sonó el timbre otra vez. Esta vez El Padre ni se asomó y salió La Rosita a atender: el segundo milagro del service estaba allí, una hermosa tele nueva o usada pero nueva había sido abandonada en la puerta. No era una tele así nomás, era de las más nuevas con pantalla de alta definición y súper plana, también se podía conectar a la computadora para usarse como monitor. En cuanto a las dimensiones, eran definitivamente enormes: parecía la tele de un multimillonario.
La Directora no dejó que los más chicos festejaran y envió la tele a la comisaría a ver si había alguna denuncia por robo de ese aparato y ordenó que la dejaran ahí hasta que su verdadero dueño apareciera a reclamarla. Allá se fue La Rosita medio endomingada con Pablito a la comisaría y al rato vinieron en patrullero y con la tele de nuevo. El oficial habló con El Padre y le dijo que era obvio que se trataba de una donación porque al dorso de la pantalla estaban las señas del dueño al cual llamaron por el teléfono que allí figuraba y resultó ser del service nomás. Pensar en devolvérsela era comprometedor porque ya se había difundido el chisme en el barrio y todos estaban al tanto de la donación, de hecho, el panadero también se acordó de ser bueno y mandó pan y facturas. El carnicero ofició el tercer milagro y donó un asado para el próximo domingo. La Directora se fijó, y efectivamente, en el dorso de la tele había un calco con el nombre y el número del service, pero, contra toda costumbre, La Directora no lo llamó para agradecerle y prefirió creer que la tele era el producto de algún chanchullo deshonesto para no asumir su propia mezquindad porque con una rifa, por ejemplo, los chicos podrían haber tenido esa tele sin necesidad de que viniera un extraño de afuera a regalarles nada, que al fin y al cabo éstos son los niños pobres de ésta parroquia  y de la parroquia deben surgir la voluntad y los medios para seguir adelante.
A la noche, los pibes grandes se escaparon al baile y aunque era medio tarde, las diez, se fueron fumando hasta la casa del service a darle las gracias  y juran los que estaban que encontraron la calle, la casa , el cartel, la luz prendida, y adentro, a trasluz de una gran ventana, se veía  al hombre de bufanda roja trabajando con la espalda semiencorbada y les pareció mentira ver que el hombre era un pobre y hasta miserable trabajador y no una aparición fantasmagórica como tendría que haber sido, la verdad.