jueves, 1 de marzo de 2012

Una esposa.Una amante.


Escuchó los pasos de su mujer y, por las dudas, volvió a meter el maniquí en el viejo  ropero del garaje. Calculó que ya sería la hora de cocinar, así que cerró todo con llave y fue a la cocina.
Husmeó  qué estaba haciendo su mujer.  Estaba frente al caballete  retocando  con barniz la figura de cuerpo entero  del muchacho  ese que quién sabe de dónde lo sacó. Seguro era un vendedor de baratijas venido de Argelia de esos  que tanto abundan ahora. Era simpático el negro y sabía tomar mate. Lástima que el pequeño atelier está  justo al lado del garaje lo que resulta una amenaza constante de intromisiones.
Se puso a cocinar un pollo  y mientras calentaba el horno, fue a sentarse al lado de su mujer. Hablaron de lo bien organizada que estuvo la fiesta de los egresados del conservatorio y de la ovación que había recibido ella al terminar su sentido discursete. Él la atrajo hacia sí y le dio un beso en el cuello. Realmente amaba a esa extraña mujercita gritona y linda, sentía respeto y envidia por su profesión de artista y por su delirio de grandeza.
 Como los dos son socialistas de palabra y en las acciones, no admiten la posibilidad de tener una señora inmigrante trabajando en las tareas domésticas, además de que tampoco entra en el presupuesto, entonces él se ocupa de los pequeños quehaceres de la casa y sobre todo de la cocina. No le desagrada, al contrario, siente que prepararle la cena a su señora lo eleva respecto de otros hombres incapaces de vérselas con empresas tan sutiles .Ella lo inspira y se siente libre entre los condimentos y el fuego .Su arte es efímero pero vital.
Preparó la mesa y llamó a Estela. Ella apareció en seguida con uno de sus increíbles atuendos. Quien la viera así vestida pensaría que Estela había viajado mucho y era mujer de mundo, pero no, siempre dependió de un salario del gobierno para vivir, aun así, vestía vestidos estrafalarios. Ahora se había puesto una especie de túnica o más bien un trapo rojo agujereado aquí y allá, caprichosamente, dejando ver su cuerpito casi infantil. Mientras comían ella estaba como pensando en algo que le molestaba. De pronto le preguntó si por casualidad él no había visto un par de aros de fantasía que habían comprado el fin de semana en la feria de artesanos. Él pensó un momento y le dijo que no, no los había visto pero estaba dispuesto a buscarlos después de cenar. Ella se lamentó de no haberlos usado siquiera y temía haber perdido en el camino el paquetito. Más tarde se fueron a dormir y de la nada ella le empezó  a tocar el pene. Tuvieron un orgasmo sin sobresaltos y se durmieron en seguida.
Al día siguiente Estela trabajaba de mañana así que él se levantó temprano y fue a comprar el pan. La piba que lo atendía siempre lo miraba con simpatía y él creía que hasta era posible que se le estuviera insinuando. Este sentimiento era acompañado de un dejo de superioridad. Creía que si bien la jovencita era apetecible, resultaba tonta e insulsa al lado del torbellino de pasiones que era su esposa.

Cuando volvió ella estaba llorando frente al espejo. Él la abrazó y le preguntó por qué esa tristeza y ella le dijo que se había imaginado lo amarga que sería la vida  si a ella le pasara algo y lo dejara solo. Él sintió una ternura como la que podría experimentar por un animalito en desgracia y la abrazó con fuerza: “Sin vos me muero”, dijo. Desayunaron y ella se fue a sacar el auto. Casi siempre, los días que tenía que madrugar, ella lloraba por cualquier motivo. Él hubiera querido ir corriendo al garaje a continuar con lo suyo, pero sabía por experiencia que ella podía regresar al momento porque se había olvidado algo. Así que juntó los restos del desayuno y dejó preparadas algunas cosas para el almuerzo.

Cuando calculó que Estela ya estaría en la escuela de arte, sacó de nuevo al maniquí de su claustro y le dio un beso. Lo sentó en un sillón sucio de lamparones de grasa y empezó a peinarlo con esmero. Después le pegó una pestaña que estaba por salirse y le cambió el vestido. Tenía dos: uno de noche y otro casual. El primero era un disfraz de sirena de lentejuelas rojas que Estela se puso una vez hace años para una fiesta. Lo atractivo de ese atuendo era el escote del cual asomaban los pechos  del maniquí. El vestido de día era también de Estela: cuello de camisa y estampado negro con pequeña florcitas blancas, un modelito pasado de moda pero con la pollera lo suficientemente corta como para dejar ver el nacimiento de la cola .Hoy había una novedad, los aros nuevos. Pensó: “Tengo una sorpresa para vos, puta”. Y le puso los aros. Se desilusionó de que uno le quedara más alto que el otro. Además como nunca se los había visto puestos a Estela, no pudo decidir si eran lindos o no.

Por supuesto el maniquí tiene nombre, Patricia se llama. Vino a parar a la casa como tantas otras cosas que Estela traía de la escuela por falta de lugar. Vaya a saber uno para qué lo usaban esos loquitos de la escuela de arte. Él sabía que Patricia no era virgen: algún pintor sensible ya la habría utilizado para saciar sus deseos…
Cierta vez que hicieron limpieza, Estela le dijo que lo llevara en el auto y lo tirara por ahí. Él obedeció, se fue con el auto hasta un lugar bastante desolado al costado de la ruta ocho y cuando lo estaba por tirar se le cruzó la idea de hacerse una paja y eyacular sobre el maniquí, en la boca del maniquí. Cuando lo dejó  trató de ocultarlo y ponerlo al resguardo de la lluvia.

Esa misma noche cuando fue a dejar a Estela en la escuela-trabajaba en el turno vespertino a veces- pasó a buscar al maniquí y por suerte allí estaba, un poco despeinado y polvoriento pero con la mirada muy clara y real. Desde entonces lo tiene oculto en el garaje y su pasatiempo principal es peinar y maquillar a Patricia para lo que viene después.
Cuando terminó con los aros empezó el juego. Patricia era una enfermera que salía del trabajo y esperaba el colectivo, en ocasiones él la abordaba como un caballero y la convencía con un discurso lascivo de ir a coger. a un zaguán. Otras veces él simplemente la golpeaba y la violaba por andar de noche con semejante escote y sin corpiño. Durante uno de esos episodios violentos, cayeron los dos al suelo y las lesiones de ella fueron graves: se le salió un brazo y se le descascaró la nariz. Él trató en vano de reimplantarle el brazo, no hubo forma. A pesar de la nariz mutilada, el rostro de Patricia era perfecto y sus ojos muy expresivos. .

Después del acto sexual (porque eso no se sabe si era coger, forcejear, cualquier maniquí de ocasión no estaba acondicionado para una vida sexual tan activa). siempre limpiaba al maniquí con una toalla y lo volvía a guardar en el ropero .
Por otro lado, esta actividad no le impedía desear a su mujer y hacerle el amor con regularidad. No pensaba en Patricia cuando estaba con ella.
Guardó, como siempre, a Patricia  con sumo cuidado de no dejar evidencias. Una vez se sobresaltó porque había sonado el timbre y en un descuido imperdonable le había quedado el vestido  sobresaliendo del ropero. Fue un milagro que Estela no se hubiera dado cuenta de nada.

Luego de las precauciones de rutina, se puso a mirar la tele  esperando el ruido del auto y el portón, pero en lugar de eso sonó el teléfono .Estela le avisaba que se quedaba a dormir en casa de una compañera que recientemente se había separado del marido. Bueno, pensó, ella también tenía derecho a pequeños permisos.

 Hizo algo que no había hecho antes: cenó en compañía de Patricia. Pero le dejó puesto el vestido de día porque el otro le pareció muy indecente para la mesa hogareña. Parecía que comían en silencio, pero  tenían un dialogo bastante fluido, él le comentaba los pormenores de la receta y ella le contestaba con frases humildes y breves, totalmente distintas a los elocuentes discursos de Estela. Eso lo desanimó un poco,  pero no se lo dijo a Patricia que parecía contenta con el evento.

Después de comer Patricia creyó que la llevaría a la cama matrimonial,  pero fue conducida al feo garaje. Esa noche él tomó el camino de la conquista galante, pero ella ponía cara de absoluta indiferencia. Entonces él le dio un beso brusco y la agarró del pelo. Patricia no gimió ni pidió socorro como acostumbraba cuando la violaban. Quizás por esto mismo a él le costó eyacular. Si Patricia creía que podía ocupar el sitio de Estela estaba muy equivocada, además, ¿desde cuándo tantos remilgos? La tomó de su único brazo y la estaba por meter de prepo en el ropero cuando le pareció que le había susurrado “cornudo”. Entonces la zamarreó y le pegó un cachetazo.” Mañana la tiro a la mierda”.
Pero Patricia no se asustó porque esta escena no era nueva.  Cada vez que Estela se va a dormir con uno de sus estudiantes, él pelea por cualquier cosa, pero al día siguiente parece olvidar todo.