martes, 1 de mayo de 2012

El trabajo no siempre dignifica.


El trabajo no siempre dignifica. El trabajo no dignifica cuando el salario no le permite al trabajador imaginar el futuro, cuando sólo alcanza para vivir el día y absorbe todo el tiempo el imposible cálculo de cómo estirar el mango. El trabajo no dignifica cuando hay que viajar, como dice Nicomedes, a capacho del peligro, con un solo pie en el estribo después de doce horas de esfuerzo. El trabajo no dignifica cuando no permite el acceso a una vivienda, a una calle pavimentada, al agua potable. El trabajo no dignifica cuando no deja espacio para leer, para jugar con los hijos, para cultivar un jardín, para ver a los amigos. El trabajo no dignifica cuando implica la aceptación de principios que atentan contra uno mismo, horas extras no reconocidas, impuesto a las ganancias aplicadas al salario,  “dedicación full time”, cucarachas en el comedor o comedero, según el nivel de humillación con el cual se alimentan los obreros: conozco muchachos, en una fábrica textil, que hoy, a esta altura del mes, no llevan nada para comer en todo el día, porque no tienen, simplemente  eso, trabajar sin almorzar. El trabajo no dignifica cuando el obrero es observado permanentemente con una cámara “de seguridad”, cuando su empleo implica tener que ocultar un pensamiento, una orientación sexual, un culto o una militancia. El trabajo no dignifica cuando consiste en portar armas contra otros obreros. Cuando todos los días, después de veinte años en una fábrica te revisan el bolso a la salida, como si temieran que les roben las máquinas, los insumos o la fábrica misma por partes tan pequeñas como para meter en un bolsito…