domingo, 19 de febrero de 2012

Hablando de alegorías.

Las alegorías nacionales y la parodia se vinculan por contraste: cuanto más acartonada es la alegoría, mayores posibilidades de imitaciones burlescas, que se aparten del referente fosilizado, un ejemplo notable es el texto Maestras argentinas, de Fontanarrosa donde parodia dos alegorías nacionales canonizadas: El matadero y El gaucho Martín Fierro.Otra alegoría paródica, si me permiten el cruce de expresiones, es La Nona, de Roberto Cossa (por citar ejemplos de manual).El relato fantástico también se abre a la interpretación alegórica,  El eternauta, por ejemplo, admite una lectura alegórica en la medida que se lo contextualice en el marco político puntual al cual alude vedadamente.La metamorfosis, también expresa en la figura del monstruo la alienación de la familia burguesa frente al avance del proletariado.En Lafferti es notable cómo opera la ironía en la ciencia ficción, una mordaz crítica a los sistemas sociales y de educación, armando mundos extraterrestres que son alegóricos de la estupidez terrestre, incorporando así, una crítica más global del ser humano.
Son innumerables los cruces y menjunjes que se pueden hacer en función del principio de ordenamiento por época, por género, por región, por ingreso reciente al canon escolar, etc, dependerá de las concepciones personales respecto de lo que se considera conocimiento literario en determinado contexto.
Ahora bien, si nos apartamos un poco de la alegoría como figura de la retórica clásica, vemos que se puede tomar el camino inverso: más allá  de la intencionalidad del autor de trabajar con alegorías o de las obras alegóricas en sí mismas, están los modos de leer literatura , se pueden leer obras que aparentemente no intentan inmiscuirse en lo alegórico, bajo esa clave.Por ejemplo, Ducaroff discute con Sarlo que los escritores del grupo Shangai están despolitizados frente al caos del 2000, y afirma que," Por el contrario, son buenos observadores de su sociedad.Si esos relatos parecen estáticos, esto también se puede leer como alegórico de la generación postditatorial".
En su libro Los prisioneros de la torre, Ducaroff desmonta el operativo que le atribuye a Sarlo según el cual las características de los textos del grupo Shangai son experimentales y academicistas "incosumibles" ,alejando a los lectores de la "buena literatura". Ducaroff  recontextualiza las obras , hace una relectura de estos textos y comprende que no son meras obras experimentales, sino que se conectan con la realidad y la miran con escepticismo.Y de paso menciona una lista de libros y autores que publicaron en los noventa:
"Hijos del alfonsinismo, hijos del escepticismo: el otro bestseller de Biblioteca del Sur fue Nadar de noche, de Juan Forn. Salvo uno, "Memorandum Almazán", que se refiere a Malvinas, los cuentos de ese libro no tratan de hechos políticos, pero tampoco azuzan la mirada hasta la China. Al contrario, Forn no desdeña su contexto, cuenta historias urbanas de jóvenes y treintañeros de clase media acomodada o alta, en la Argentina de los años 90...Más que atribuir el escepticismo(como a menudo hicieron los mayores "progresistas") a la falta de interés por la realidad social, convendría leer los cuentos de Forn. Se descubriría entonces que el escepticismo surge como directa consecuencia de observarla, y no de la indiferencia ante el contexto social o de la comodidad light". (Pag. 113).Si bien no es la intención de esta nota al pie de las propuestas de lectura para el aula meterse en una interna entre críticas, no se puede pasar por alto lo peor que Drucaroff le endilga a Sarlo: su deshonestidad intelectual. Así, Drucaroff nos recuerda cuando Sarlo, para desacreditar la novela de Alejandro López, Kerés cojer?=Guan tu fak, la contrapone y celebra a un consagrado como Puig, cuya narrativa ella siempre había descalificado. "Aunque, claro, el aplauso es parte de una operación patovica: lo celebra solamente para mostrar cómo el consagrado autor ya fallecido hace muy bien lo que López, novel y aún vivo, hace insalvablemente mal".( Pag. 221).
Vale la pena detenerse también en el ataque que Drucaroff realiza a la crítica de Sarlo a la novela de Claudia Piñeiro, Elena sabe, en realidad a la destrucción que Sarlo lleva adelante de esa obra contrastándola contra Bernhard y Saer. Es decir que compara a los autores jóvenes con los consagrados y encuentra que autor fallecido cada día escribe mejor.
Hablando de alegorías nacionales, cabe mencionar la novela de Fogwill, Los pichiciegos, en la cual , mediante interesantes operaciones de verosimilización, arma una alegoría nacional tomando los discursos sociales más arraigados en el imaginario popular y colocándolos en un espacio varias veces representado por el cine: Malvinas. Lo destacable en esta novela es cómo construye un verosímil realista mediante la inverosimilitud: a los pichiciegos les sobran puchos, pero no saben qué hacer con la mierda, no son los chicos de la guerra, víctimas inocentes: entre ellos se tejen complejas relaciones de poder...Yo me atrevo a decir que esta novela es necesaria, porque cuestiona los postulados del ideario construido en torno al "no te metás", "yo no sabía nada" "los héroes de Malvinas" y demás ficciones orientadoras de nuestra cultura.
Augusto Monterroso también trabaja con alegorías clásicas en La oveja negra y demás fábulas, pero con un humor cercano a la parodia , lo cual nos recuerda que si vamos a buscar alegorías, tenemos que contrastarlas con símbolo, prototipo y arquetipo si queremos "anclar" la interpretación de las obras y no caer en el falso problema de la pluralidad de "significados": la polisemia, facultad del discurso literario, puede ser amplia pero no infinita. Una obra puede tener varias interpretaciones pero no miles...y es que en las lecturas compartidas se funda justamente la alegoría, como lectores situados históricamente, acordamos que el discurso respecto de lo real, también se construye mediante una sucesión de metáforas.