sábado, 5 de abril de 2014

Una vez vi a Michael Jackson vomitando.

     Una vez vi de refilón una foto de Michael Jackson vomitando y me quedé pensando en el por qué de semejante descortesía.  La fotografía, que circula aún por la red, fue difundida más que nada por los propios Fans del personaje. Barthes, en sus Mitologías, ya había hecho el análisis minucioso de los objetos culturales privilegiados y también marginales del público burgués y explicado con acierto los modos de representación propios del capitalismo: el detergente, el vino, las papas fritas, el corte de pelo de los santos, la transpiración y su lugar en el teatro burgués contemporáneo.  Dice que en la mayoría de las representaciones teatrales de autores jóvenes obligan de algún modo al actor a la expulsión visible de fluidos tangibles, llantos, mocos y transpiración porque son necesarios para que el público burgués sienta que gastó bien su dinero pagando la entrada.  Lo importante de esta demostración de las secreciones de los actores es que sean visibles y cuantificables, dice Barthes.  Por algo el elogio más usado últimamente para decir que una obra de teatro es buena es “que no tiene desperdicio”,  es decir, no es un desembolso de dinero injustificado.
     Pero vuelvo a la foto de Jackson vomitando y me pregunto hasta dónde hemos llevado a la “estrella” con este afán del público burgués de llevarse a su casa el “aura del artista”: Michael Jackson no podía ser negro y no lo fue, no podía ser viejo y no lo fue.  Marilin Monroe no podía engordar y no engordó.  Los viejos se comieron el útero de Marilin y no la dejaron tener hijos, tampoco  podía envejecer y sin embargo es escalofriante su rostro en algunas fotografías que fueron el fetiche de toda una generación.  En todo caso, no es ningún secreto que Hollywood se cobró ya varias víctimas del trabajo infantil y lo sigue haciendo porque ya no nos conforma ver al cantante cantar, sino que queremos también que siga una coreografía,  un maquillaje, un peinado.
     Ahora me interesa llamar la atención sobre un objeto artístico propio de la cultura posmoderna: el videoclip. Parásito de los músicos pop o populares, es un artefacto simbólico que podemos definir rápidamente en función de su duración media de cinco minutos y por lo tanto se puede decir que el videoclip es al cine lo que el cuento es a la narrativa moderna.  El cuento se lee de “un tirón”,  es decir se supone que parte de su efecto depende de su modo de ser leído y del tipo de lector que presuponen, en el caso del cuento o del videoclip, se trata en principio, de un público que no tiene tiempo para perder y para el cual el tiempo es oro, compuesto por sujetos cuyos jefes les dicen qué pueden hacer con su tiempo libre y de hecho ellos mismos le proveen al empleado de espectáculos hechos a medida de ese tiempo libre.
     El videoclip es fascista en la medida en que se trata de producciones complejas como catedrales góticas, en la que participan multiplicidad de artistas, artesanos  y expertos en tecnología cuya fachada visible es un personaje que ha pasado por un potente ojo selectivo durante “el casting”.  El elenco  que pone el rostro y la firma a estas producciones se crea para sí mismo una trayectoria supuesta como músico o cantante, una prehistoria que obture la visión de lo que realmente han hecho con él: lo han alineado, numerado, tipificado y elegido de entre miles. La estrella pop es la persona que ha sobrellevado la humillación de ser seleccionado con el dedo de algún productor.  El criterio de éstos, aunque parezca que su único fin es el lucro inmediato, se orienta a reforzar una idiosincrasia según la cual  las personas deben ser blancas, delgadas y sobre todo, eternamente jóvenes.
     En cuanto al volumen del físico ideal,  este ha variado desde los noventa cuando se imponía una delgadez casi esquelética, prueba de ello lo vemos en Madonna, kylie Minogue, Mylene Farmer, supermujeres que no comen y entrenan todo el día bajo la vigilancia de un profesional que determina el volumen muscular .  Los rasgos de sexualidad adulta, como la maternidad, se evitan muchas veces con ayuda de un cirujano al cual se le encomienda la ardua misión de mantener por siempre a las estrellas parecidas a sí mismas cuando tenían treinta años.
     Cirugía y ejercicios no bastan para constituir un artista a la medida de un público tan exigente, también es necesario que esta sexualidad adolescente se manifieste con su variante de relaciones isofílicas en las cuales es común besarse con personas del mismo sexo: lo hace Madonna con Britney Spears, Mylene farmer en sus presentaciones en tv también intercambia saliva con unas chicas.  Porque se trata de representaciones respecto de por dónde hay que encaminar la energía sexual.  La sexualidad adulta burguesa incluye un recorrido que va de la satisfacción productiva de capital a la construcción del organismo familiar acorde a este esquema y no a la inversa.
     También se le suele pedir al artista que soporte cosas repulsivas, como por ejemplo, en un videoclip, Mylene farmer  tiene que soportar que le camine una rata por el cuello. Michael Jackson, por su parte, fue protagonista de uno de los sucesos de consumo más grandes del siglo pasado en el cual rompe las barreras de la especie humana para mostrarse como hombre lobo, me refiero al videoclip “Thriller”. Por otra parte, se puede decir que Jackson fue una de las figuras que más fielmente acató los parámetros que le imponían productores y público, pasando innumerable cantidad de veces por el quirófano y por sobre todo por los escándalos en los que  se insinúa que lejos de tener una libido orientada a objetos del mundo adulto, Jackson padece de un fuerte estancamiento que se traduce en serias acusaciones de pedofilia. La exigencia física a la que se lo somete incluye complicadas coreografías que debe compartir con bailarines mucho más jóvenes que él. Es penoso verlo caer extenuado en el escenario como puede verse, por ejemplo, en un homenaje por los treinta años de “Thriller” donde comparte el show con nuevas  estrellas de la industria veinte años más jóvenes que él. Allí mismo puede verse la tendencia a la cosificación del hombre presente en el modo en que los cuerpos se expresan mediante complicadas coreografías (Break dance) que se caracterizan por imitar los movimientos de un robot.
Hay, también son parte del género, videoclips que denuncian en clave irónica la avidez del público. Es interesante el videoclip en el que Robin Williams (Rock DJ) inicia un baile sexual para una ronda de mujeres hermosas, exigente y abúlica. La estrella lo intenta todo, hasta un streep-tease completo, pero el público de chicas ni siquiera se inmuta, finalmente, acepta el desafío tácito y comienza a extender el streep-tease al cuerpo mismo y se arranca la piel, el corazón, los músculos, hasta convertirse en un esqueleto. Como el público caníbal de “Las ménades” de Cortázar, solo los pedazos sangrantes del artista causan satisfacción como aquellas tribus remotas en las que se practica la antropofagia, o como en los ritos cristianos donde la ingesta de la carne de Cristo representada en la hostia, implica la incorporación de la santidad del dios.

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